Hay empresas, personas o instituciones que saben y admiten que deben mejorar su marca propia para poder llegar al público deseado y asegurar su existencia en el futuro. Personalmente, esto me parece un punto a favor de esa figura porque, de entrada, rompe con el inmovilismo y no todos son capaces de salir de la zona de confort donde tan a gusto se encuentran.
Entonces se ‘arremangan’ y se ponen a trabajar. Idean alguna actividad, la desarrollan, pero a menudo no obtienen el éxito esperado. Muchos culparán al contexto o a otras personas/entidades del fracaso de su acción. Pero las causas, casi siempre, son internas. Daré dos ejemplos reales.
En una ocasión, fui invitada a un fam trip gastronómico en un punto de la geografía española. El viaje giraba en torno a una raza autóctona cuyos productos resultaban ser de máxima calidad y únicos. La iniciativa venía de manos de los ganaderos del lugar que habían convencido al Gobierno provincial para que les diera su apoyo. En concreto, el problema principal que sufren es que venden su producción sin transformación (como si fuera a granel) a terceros, perdiendo así el valor añadido del producto (que recordemos es de máxima calidad, con ganado trashumante) y el control sobre su marca. Asimismo, presentan otros problemas a nivel logístico como consecuencia de su aislamiento geográfico, lo que dificulta la comercialización. Hubo un momento en el que pregunté a los afectados cuál era el plan de acción ideado para corregir estos problemas y cuáles eran sus objetivos de mejora y, llanamente, no supieron qué responderme.
El otro ejemplo versa sobre un acuerdo de colaboración en materia de servicios entre dos empresas. Ambas compañías cumplen sus respectivas partes del contrato, pero hay un momento en el que la empresa B le recrimina a la empresa A que durante el tiempo transcurrido no ha conseguido nuevos clientes (hecho que en ningún momento ha sido una premisa o condición), encima que le está “trabajando gratis”, añade. La empresa A responde que siempre ha mediado para que B contacte con su cartera de clientes y se ofrece a seguir haciéndolo para que B pueda llegar con más facilidad a su cartera.
En este asunto, diré varias cosas: la primera es referida al concepto de ‘gratuitad’. En un acuerdo comercial de intercambio uno de los principios básicos a respetar es la equiparación de valores. Y en este caso, la empresa B ve el valor que da a A, pero pasa por alto el valor que recibe de A. Por otro lado, me gustaría destacar que el pensamiento cortoplacista nunca trae nada bueno. Ante todo, hay que ser profesionales y dejar buena huella con nuestro trabajo. En tercer lugar, conviene recordar que un contrato acordado y firmado por ambas partes es la única guía de actuación y las partes deben ceñirse a ella. Y por último, me pregunto: ¿acaso la empresa B espera que A trabaje para ella y le consiga contratos nuevos? Considero que B debe replantearse, como mínimo, su procedimiento comercial.
Con estos dos ejemplos mi conclusión es breve y sencilla. Está muy bien ser activos y querer mejorar, pero tenemos que partir de un mínimo análisis, plantearnos cómo solucionar nuestros problemas, señalar cuáles son nuestros objetivos a alcanzar, cómo los vamos a conseguir y quién va a llevarlos a cabo. Porque de lo contrario, estaremos caminando sin rumbo…
Isabel González Suero
Licenciada en Periodismo Universidad de Sevilla; Master en Periodismo Escrito Universidad Complutense de Madrid-ABC; y Master en Dirección de Marketing y Gestión Comercial (Gesco) ESIC Business & Marketing School (Sevilla). Redactora del Grupo Andalucía Económica. Responsable de Comunicación de FMS.
Deja tu comentario