Hace unos días, he participado por vez primera en un proyecto de crowdfunding. Mi colaboración ha sido muy modesta (cosas de la crisis), pero hecha con todo el cariño. En concreto, se trataba de un proyecto cultural, así que me he convertido en mecenas, una pequeña mecenas. Mi humilde colaboración económica ha sido para un cantautor canario que estaba buscando la manera de financiar su tercer trabajo de estudio y recurrió a una de las muchas plataformas web de crowdfunding que hay actualmente en Internet para conseguir de manera colectiva la financiación necesaria.

Para grabar el nuevo disco, este artista necesita llegar a 2.300 € en un plazo de 40 días. Ese objetivo se alcanzó a los 11 días de echar a rodar el crowdfunding. A día de hoy, el proyecto sigue recaudando dinero (tiene hasta el 17 de diciembre para hacerlo) y alcanza el 105% de financiación con más de 85 mecenas (entre los que me incluyo). De no haberse conseguido la cantidad en el plazo fijado, la plataforma reembolsa automáticamente a cada participante su aportación. Otras webs de crowdfunding devuelven la cantidad en forma de crédito para que el usuario pueda seguir invirtiendo en otros proyectos si lo desea (depende de la normativa de cada plataforma).

En cuanto a la contraprestación o recompensa que reciben los consumidores-inversores, siempre depende de la aportación económica que haya hecho cada uno. En el caso del cantautor canario, comprende desde el envío del disco una vez grabado por correo postal, hasta figurar en los créditos del CD, pasando por la realización por parte del artista de un concierto acústico o la composición de una canción a medida, entre otras cosas.

¿Qué supone el crowdfunding bajo un enfoque marketiniano? Un universo por descubrir y, por tanto, nuevos retos. En primer lugar, confirma la tendencia del consumidor 3.0, que ya no se conforma con comprar o consumir un producto o servicio, sino que ahora lo construye (a menudo desde sus orígenes), que participa, que es proactivo, que lo recomienda, que lo comparte y que dice claramente lo que quiere consumir y cuánto está dispuesto a pagar. Sin olvidar, la satisfacción personal del usuario, por haber ayuda a conseguir una meta (en mi caso, me reconforta haber apoyado la cultura y me hago una leve idea de qué se siente siendo un ‘Médici’)…

¿Y para el promotor de la iniciativa? El emprendedor o empresario tiene ante él su propio estudio de mercado, su público objetivo, que le dice lo que quiere, le recomienda y que ama su marca (algo fundamental). Sin olvidar, que le ayuda a superar los costes fijos vendiendo por adelantado.

Como siempre, todo ello gracias a Internet. Hay un verdadera multitud en la red invirtiendo mucho dinero en numerosos proyectos (empresariales, culturales o solidarios) en estas plataformas. Los canales han cambiado, incluso en la financiación. Ya nada se salva. El público, objetivo o no, ahora es más soberano que nunca. Are you ready?

Isabel González Suero

Licenciada en Periodismo Universidad de Sevilla; Master en Periodismo Escrito Universidad Complutense de Madrid-ABC; y Master en Dirección de Marketing y Gestión Comercial (Gesco) ESIC Business & Marketing School (Sevilla). Redactora de Andalucía Económica. Responsable de Comunicación de FMS.